Cada tres años, se ponen en funcionamiento los dispositivos de evaluación PISA (Programme for International Student Assessment), programa de evaluación internacional de alumnos que depende de la OCDE (Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico).
Sus resultados son motivo de debate e interpelan a políticos y ministros de educación, ya que comparan los rendimientos en letras, matemáticas y ciencias de entre 4.500 y 10.000 alumnos de 15 y 16 años de cada uno de los 65 países que participan.
Los informes se realizan de manera trienal y son encargados por los gobiernos de cada país; se elaboran a partir de exámenes que combinan preguntas directas con respuestas únicas correctas, ya sean “multiple choice” o con elaboración redactada por los propios estudiantes.
Entre las críticas que las PISA han recibido, se destaca que son pruebas estandarizadas que se limitan a evaluar y comparar “competencias”, “conocimientos” y “destrezas” de los estudiantes para desempeñarse en la vida cotidiana, habilidades que pueden ser adquiridas tanto en la escuela como fuera de ella. Recortan y abstraen lo que evalúan de la currícula, hábitos culturales, situación socioeconómica, contexto socio político, estructura escolar, condiciones de enseñanza aprendizaje y proyecto educativo de cada país.
De esta manera, PISA evalúa pocos conocimientos y la aplicación de los mismos; se centra en habilidades operatorias, desconociendo otras fundamentales para la educación como ser la capacidad analítica, de síntesis, de resolución de problemas complejos, etc. Con esto prioriza y valora “competencias” y “habilidades” ligadas a la lógica económica (recordemos que la OCDE se centra en esa problemática) que convierte a los ciudadanos en capital humano con expectativas de rendimiento y competitividad, es decir que produce una operación ideológica por la cual se busca naturalizar la prioridad de unos saberes sobre otros.
Por esta razón, profundamente ideológica, estas pruebas estandarizadas ponen el foco en el corto plazo, los resultados y una parcialidad de lo que se enseña en la escuela, minimizando el desarrollo en humanidades, cívico, artístico, físico o moral, jerarquizando así una visión sesgada de la educación y la sociedad. En ese sentido, pone énfasis en el mercado laboral sin contemplar el papel de la escuela en la participación democrática, el pensamiento crítico, el desarrollo de vínculos personales y comunitarios, el desarrollo cultural, de crecimiento y bienestar, dimensiones de la formación integral no medibles en pruebas estandarizadas, pero centrales al momento de sopesar la cualidad y significación de todo sistema educativo.
Por tratarse de temáticas deducibles sin necesidad de conocimiento de la currícula, son muy parecidas a los tests de inteligencia, instrumentos de evaluación perimidos para los sistemas educativos y duramente cuestionados por especialistas por su carácter estigmatizador.
¿Por qué, entonces están tan sobrevaluados los resultados de estas pruebas?
Por tratarse de un dispositivo internacional, políticos, periodistas y especialistas, hacen uso de sus resultados ligándolos indefectiblemente con la “calidad educativa”, complejo término que hasta el momento sólo ha servido para justificar proyectos educativos que incluyen indefectiblemente la evaluación docente, dispositivo que permite definir logros, regular políticas educativas y redirigir los mecanismos de selección, admisión, distribución y promoción educativa.
El actual jefe de gobierno de Buenos Aires y candidato a presidente de la Nación, Mauricio Macri presentó como propuesta educativa: “Nuestros alumnos deben liderar la prueba Pisa o cualquier otra que nos evalúe a nivel mundial”. Toda una definición que propone fomentar una educación dirigida a privilegiar metas y resultados a medida de la rentabilidad del capital, modelo competitivo y de mercado que empobrece la educación y la limita al desarrollo habilidades operatorias y a la simple preparación y entrenamiento para aprobar exámenes estandarizados.
A la vez sus resultados se utilizan políticamente para ocultar las problemáticas socioeconómicas que influyen en la educación, y justificar políticas educativas que ocultan una matriz ideológica, continuidad de los 90: la formación de competencias y aptitudes para el mercado laboral, a la vez que ocultar bajo dichos “resultados” los efectos de la desinversión educativa que también caracteriza a esas políticas.[1]
Argentina incorporó los dispositivos PISA desde el año 2000. Los resultados para el país son calificados por medios y políticos como desalentadores. Pero nadie pregunta ni cuestiona: ¿cuál es la validez de esos parámetros para nuestro sistema educativo? ¿Debe una educación enfocarse en un tipo de pruebas basadas en resultados acotados, desvinculados de aspectos centrales como la currícula, los aspectos socioeconómicos, culturales, políticas educativas, metodologías de enseñanza aprendizaje, inversión en educación, etc.? Tan significativa omisión contrasta con la celeridad con que, tras criticar los “resultados”, los mismos medios y políticos pasan inmediatamente a cuestionar la “calidad” del sistema educativo y (sobre todo) la labor docente.
Las estadísticas, y menos aún aquellas basadas en la construcción de “indicadores” tan sesgados ideológicamente, no pueden suplantar a la sociedad en su conjunto al momento de debatir qué proyecto educativo quiere y para qué país; a partir de allí, será la propia comunidad educativa quien encuentre herramientas propias para evaluar sus resultados y plantear políticas. Y nuestros estudiantes merecen algo mejor que “liderar” competencias de habilidades y destrezas ajustadas a los requerimientos del capital.
Susana Colli
Secretaria pedagógica- Ademys
[1] Un dato que a tener en cuenta: resulta llamativo que la OCDE haya entrado en alianza con empresas multinacionales con fines de lucro (como la consultora Pearson) que pueden beneficiarse con los resultados ofreciendo servicios educativos como es el caso de escuelas estadounidenses o la venta de planes de desarrollo educativo en otros países. Se deduce que los resultados de las PISA pueden convertirse en un gran negocio de venta de escuelas que promocionan estas “capacidades”.