SAN MARTÍN, un revolucionario con mayúsculas que interpela el presente
Valeria IANNI
En medio de una situación social, económica, política y educativa muy compleja, se cumple un nuevo aniversario del fallecimiento de José de San Martín. A primera vista, parece algo “fuera de época” o una simple imposición de calendario escolar. Sin embargo, la recuperación de algunas dimensiones centrales de su vida y su práctica, puede resultar en un fuerte impulso a proyectar horizontes de igualdad en el presente.
Historia oficial y la pesada carga de la apropiación oligárquica
A fines del siglo XIX se constituyó el estado – nación argentino. Parte de ese proceso de conformación – que incluyó la “pacificación” de caudillos y montoneras del interior, la aniquilación del Paraguay soberano, el genocidio a los pueblos originarios de Pampa y Patagonia – incluyó la construcción de los mitos de origen de la “Argentina”. Fue en ese contexto en el que surgen los estados a la medida del imperialismo, que la oligarquía dominante, apropiadora de tierras, masacradora de indixs, explotadora de obrerxs, fue a “repatriar” los restos de San Martín. A varias décadas de distancia, derrotado el proyecto más radical de la Revolución de Mayo y del proceso revolucionario continental, aquellos privilegiados que se propusieron “mudar de tiranos sin destruir la tiranía” como había anticipado Mariano Moreno, esa clase terrateniente, racista, antiamericana, se apropió de San Martín y lo convirtió en el “padre” de una patria chica, subordinada económica, política y culturalmente a las potencias de la época.
El Ejército Nacional de Roca hasta Videla afirmó ser heredero de San Martín. Los crímenes contra el pueblo que marcaron todo el siglo XX se realizaron en nombre de la “Patria” a la medida de los dueños de todo. Como bien sintetizara Rodolfo Walsh, esos dueños de todo también nos han expropiado la historia, pretendiendo que cada lucha empiece de cero, sin héroes ni mártires. Y así la apropiación de San Martín y de todo el proceso revolucionario fue de la mano de la apropiación de tierras y de la concentración del poder. San Martín (y la Revolución de Mayo, Manuel Belgrano, Martín Miguel de Güemes y tantos otros) eran robados del campo de lucha al que pertenecían; otros y otras, eran al mismo tiempo borradas de la historia.
Lastimosamente, esta interpretación que reniega de la potencia transformadora y subversiva de la revolución de principios del siglo XIX, fue hecha propia por una izquierda que desconoce la historia nuestroamericana a la que sólo ve como copia (defectuosa) de procesos europeos.
Sin revolucionarios, no hay revolución
A pesar del robo y el desconocimiento, basta poner en interrogación esa construcción oficial y oficiosa de nuestro pasado, para ir a las fuentes, a los innumerables registros de ideas, combates, batallas militares y políticas, para desmontar la farsa. Y para recuperar a un San Martín (y a tantos otros y otras, la mayoría de elles anónimos) para nosotres y para nuestres estudiantes.
San Martín fue un revolucionario, un líder revolucionario. Lejos de cualquier mecanicismo (que sirve a menudo para descansar en que “la historia” hará lo que nosotres no hagamos), siempre tuvo claridad de que “sin revolucionarios, no hay revolución”. Su participación en las organizaciones internacionales y clandestinas de la época, las “logias”, y el compromiso de darlo todo por poner fin al orden colonial dan cuenta de esto. Como otres, pudiendo tener una vida de relativo privilegio en el orden de entonces, San Martín se posicionó del lado de los pobres, de los humildes, de los humillados, de los esclavizados. Hay allí otra lección, ante un orden injusto, el “consenso” y la “ley” son las de los opresores. Y para derrotar esa realidad, no queda otra que asumir la lucha en todos los terrenos.
Es significativo cómo el proceso más reciente de construcción de un “consenso democrático” hijo de la Teoría de los Dos Demonios fue retirando hasta hechos fácticos de esta historia de las escuelas. La idea de que la violencia es “igualmente mala, venga de donde venga” choca con la realidad de nuestra revolución de Mayo y las guerras de Independencia. Sin violencia revolucionaria, seguiría imperando la violencia colonial. Por eso resulta tan encubridora y desmovilizadora toda la prédica de resignación y posibilismo que la institucionalidad ha buscado construir.
Los pueblos indígenas como originarios y compañeros de luchas
Muchas dudas hay acerca de quién fuera la madre biológica de San Martín. Lo que sí está claro es que San Martín tenía un color de piel, unos rasgos propios de la tierra y que hablaba guaraní. El desprecio por su color “oscuro” y su (literal) “blanqueamiento” son parte del proceso por el cual la oligarquía construyó un “padre de la patria” acorde a su visión del mundo.
Pero no sólo se trata del origen o de los rasgos fenotípicos. Mucho más relevante es la conciencia y la práctica acorde que San Martín tuvo respecto de los pueblos indígenas como verdaderos dueños de estas tierras. Veía (como tantos otros y otras) su propia lucha como una continuación de la resistencia a la invasión y al dominio europeo. No podemos desarrollar en extenso, pero mencionemos algunos elementos. El nombre seleccionado para la organización político – militar, clandestina, que era la logia fue nada menos que Lautaro, el toki mapuche que ejecutara al conquistador Pedro de Valdivia.
Al organizar el cruce de los Andes, San Martín mantuvo varias reuniones con los líderes de las comunidades pehuenches para solicitar su permiso para atravesar las tierras. Allí San Martín dijo “yo también soy indio”. La historiografía oficial de la mano de militares y nacionalistas xenófobos, afirma que esto fue parte de la “guerra de zapa” porque sabía que “los indios traicionan”. Todos los lugares del racismo colonial. No obstante, esto no explica por qué en medio de guerra y exilio San Martín conservó hasta su muerte el poncho que le obsequiaron las comunidades. En el famoso bando a la población que culmina con el “Seamos libres, que lo demás no importa nada” habla de “nuestros paisanos, los indios”.
La lucha contra la esclavitud
En el mismo sentido, la lucha contra esa infamia que significaba que la humanidad practicara la esclavitud. La igualdad en el ejército de los Andes entre los combatientes, superando las divisiones de unidades de “pardos y morenos”, el reconocimiento de la libertad de quienes se sumaron a sus filas y el reconocido protagonismo que tuvieron tantos y tantas afrodescendientes está en coherencia con esta perspectiva.
Lamentablemente, sigue estando presente la idea de que fueron “carne de cañón”. Esto desconoce e infantiliza a esos hombres y mujeres que sintieron como propia la lucha contra una colonización en la que se hacían fortunas con la trata de esclavos. A contramano del proceso por el cual esas personas esclavizadas lograron constituirse en sujetos políticos al ser protagonistas de la lucha por la libertad, la idea de “carne de cañón” no les reconoce la capacidad de decisión y la vocación de lucha.
El proyecto continental
“Yo soy del partido americano” afirmaba San Martín. Y así fue que orientó toda su vida. La fragmentación posterior del sueño de una Patria Grande, de una república de repúblicas que uniera a todos los territorios, en un conjunto de patrias chicas lleva a que se afirme “San Martín liberó a Argentina, Chile y Perú”, trasladando la división política posterior a una etapa donde todavía estaba en disputa con los imperialistas y con las oligarquías criollas el contorno que adoptaría la independencia.
Tras la victoria de Chacabuco, San Martín exclamaba:
“¡Soldados! Todos y cada uno de ustedes conocen el esfuerzo y las dificultades por las que hemos pasado. Llegar hasta aquí es bastante, pero nunca es suficiente. El enemigo espera, y espera bien armado, señores.
Son la esperanza de la América, cada uno de ustedes lleva consigo lo más importante, ¡la libertad! Trescientos años de masacre y de barbarie tiñen nuestra tierra de sangre, pero hemos venido a decir ¡basta!, ¡se acabó! Soldados, se me llena el corazón al ver a tantos guerreros dispuestos, nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos recordarán este momento con orgullo, porque les dejaremos una tierra digna de ser vivida. Donde puedan sembrar, crecer y prosperar, libres de toda cadena, donde cada hombre pueda decidir su destino sin importar su color, su linaje, su procedencia, ni qué carajo. Porque todos somos iguales ante el Supremo, así como somos iguales ante la muerte, porque cualquier hijo de mujer merece ser libre de una vez y para siempre. ¡Seamos libres, que lo demás no importa nada!
¡Viva la patria!”
Algún día se sabrá
En un momento de fuerte crisis y de descomposición del régimen político, en contra del posibilismo y de la adaptación, recuperar la experiencia y la historia de nuestra primera independencia resulta un interesante camino a transitar. No se trata sólo de una cuestión de “información” sino de poder reconocernos en una historia que, con importantes diferencias, tiene mucha continuidad con los desafíos actuales.
“Los ricos y los terratenientes se niegan a luchar, no quieren mandar a sus hijos a la batalla, me dicen que enviaran tres sirvientes por cada hijo para no tener que pagar las multas, dicen que a ellos no les importa seguir siendo colonia. Sus hijos quedan en sus casas gordos y cómodos, un día se sabrá que esta Patria fue liberada por los pobres, y los hijos de los pobres, nuestros indios y los negros, que ya no volverán a ser esclavos»